Prueba: Audi R8 5.2 FSI V10 Plus

27 julio, 2016
C. ENRIQUEZ DE SALAMANCA

Máquina sublime

 

A Favor
• Prestaciones impresionantes
• Comportamiento excepcional
• Gran motricidad
• Facilidad para ir (muy, muy) rápido
En contra
• Consumo elevado
• Volante achatado
• Visibilidad

 

 

 

 

 

La segunda generación del Audi R8 es todavía más impresionante por prestaciones, eficacia y facilidad para ir a un ritmo estratosférico. La versión probada V10 Plus, con 610 CV, llevan a este superdeportivo a niveles de altísima competición, pero dulcificando su manejo y dando confianza al conductor.

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Hay coches que marcan un antes y un después. Desde su lanzamiento a finales de 2006, el Audi R8 fue uno de ellos, porque era el primer superdeportivo de serie de la marca de los cuatro aros. Para muchos, el Audi Le Mans quattro, prototipo presentado en otoño de 2003 es el antecesor del Audi R8. Otros dirán que es el Audi RSQ, otro concept que vimos en la película “Yo, Robot” de Will Smith.

Personalmente, yo también incluiría el Audi Rosemeyer Concept de septiembre de 2000, aunque el aspecto de este último recordaba más a los Auto Unión de los años 30 del siglo pasado. En cualquier caso, estos tres estudios de diseño adelantaban que Audi tenía a principios del siglo XXI un superdeportivo en la recámara. Y ese superdeportivo tenía que ser muy especial, capaz de poner contra las cuerdas a Porsche, a Ferrari, a Aston Martin…

No tan exigente.- Así nació el primer R8, con motor central, tracción total quattro y motores de 430 (V8) y 525 CV (V10). Audi había logrado hacer un superdeportivo muy eficaz, algo brusco de transmisión —sobre todo con el cambio de embrague pilotado R-Tronic— pero capaz de ofrecer una velocidad de paso por curva espeluznante… siempre y cuando su afortunado piloto tuviera unas manos prodigiosas al volante.

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Porque un coche con motor central y unos niveles de adherencia y potencia como aquel R8 —sobre todo el V10— exigía un alto grado de maestría para sacarle jugo y controlar un repentino trallazo a la salida de una curva. Por si fuera poco, el sistema de tracción integral quattro añadía una motricidad excelente, un plus de eficacia para poder pasar aún más rápido. Y, claro, con semejante velocidad de paso por curva, cuando aquello decía hasta aquí hemos llegado, lo siguiente que llegaba —salvo piloto de altos vuelos— eran los “uyuyuy”.

A decir verdad, no era solo un problema de aquel primer R8. Prácticamente en todos sus rivales se podían vivir experiencias similares. Para un piloto profesional, una delicia; para un (muy) buen conductor, un desafío; para un conductor normal, algo inalcanzable. Solo que modelos como el Porsche 911 Turbo (997 y 991) o el Nissan GT-R te daban o dan eso mismo pero sin la necesidad de estar en tensión permanente. Básicamente porque Porsche y Nissan habían logrado un sensacional compromiso entre progresividad y eficacia.

Y eso es lo que ha hecho la marca de los cuatro aros. Lo bueno del nuevo Audi R8 es que sigue siendo rapidísimo, quizás más que antes, pero ahora te deja explorar sus límites —bueno, seamos honestos, los tuyos— sin ponerte al borde de un ataque de nervios. Audi ha dado un salto de calidad exponencial en cuanto a facilidad de pilotaje o, mejor dicho, en cuanto a la confianza que inspira pilotarlo. Resulta muy sencillo ir muy rápido con él, sea en recta sea en curva. Alucinante cuando hablamos de un aparato de 610 CV en esta versión V10 Plus.

Lo que se ve.- Pero antes de entrar en materia, echemos un vistazo por fuera y por dentro. Y lo que refleja el exterior es que el nuevo R8 es fácil de reconocer desde cualquier ángulo. Audi ha hecho como Porsche con el 911: cambiamos un poco el aspecto, modernizamos unas líneas aquí, cambiamos unas aristas allá, afilamos esto, redondeamos aquello, pero se sabe qué coche es a una legua de distancia. Puro ADN de marca. Ya no tiene los distintivos “sideblades” por detrás de las puertas —o al menos quedan reducidos a la mitad—, pero tampoco se echan de menos; quizás porque la vista se va antes a los faros con tecnología led o quizás porque no eran más que un adorno sin función alguna.

El interior sí que ha cambiado aunque, como sucede por fuera, sabes que es un Audi por el aspecto, ajuste y calidad de todos los materiales. Hay solo dos plazas, claro, pero toda la atención está puesta en el puesto del conductor. Para empezar, el R8 hereda el concepto “Audi virtual cockpit” del TT, con una instrumentación digital que condensa toda la información en una pantalla TFT de 12,3 pulgadas y alta resolución. Desde esa pantalla se puede acceder a todos los datos que quieras imaginar: navegador, velocímetro, tacómetro, radio, teléfono, ordenador de a bordo, datos de potencia, par y fuerzas G, el tiempo por vuelta que haces si vas a un circuito…

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Un poco más a la derecha, en la consola central, destacan los mandos circulares de la climatización, que parecen flotar y, según la marca, “tienen una cierta semejanza con los motores a reacción de un avión”. Por detrás de la palanca de cambios está el mando giratorio del MMI, que permite escribir con el dedo y buscar una dirección o un número de teléfono. Los asientos son unos bacquets Recaro que sujetan muy bien el cuerpo pero solo se regulan en distancia (manual) y altura (eléctrico).

Eso sí, lo que más destaca es el volante multifunción con sus cuatro botones satélite. Uno es para arrancar y parar el motor, otro para seleccionar los modos del Audi drive select, otro para controlar el sistema de escape y otro para seleccionar los programas seco, mojado o nieve del modo performance. Aunque está achatado —una manía presuntamente deportiva que no llego a entender— ese volante tiene un aspecto de competición que enamora. Cuando te sientas y te encajas en el bacquet, sientes que todo está a mano y bajo control, aunque la visibilidad no es su punto fuerte como es natural.

¡Cómo suena!– No todos los días tiene uno la oportunidad de subirse a una máquina de 610 CV y 560 Nm de par máximo. Pulsar ese botón de arranque y escuchar el bramido el V10 atmosférico de 5,2 litros te cambia la expresión de la cara. Y si pulsas el botón que modifica el sonido del escape —actúa sobre dos mariposas móviles en el sistema de escape—, el asunto ya es sublime. Algo similar a lo que sucede en la película francesa “Intocable” cuando uno de los protagonistas arranca un Maserati Quattroporte V8.

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Aunque es un motor de carrera larga (92,8 mm), este V10 da sus 610 CV a 8.250 rpm y aún es capaz de llegar a 8.700. La potencia específica es de 117,2 CV/litro y la relación peso/potencia de 2,38 kg/CV. Cuando un buen GTI está alcanzando los 100 km/h desde parado, el R8 V10 Plus va ya a casi 200. El orden de encendido de los 10 cilindros es 1–6–5–10–2–7–3–8–4–9, cigüeñal y bielas son de acero forjado, mientras que los pistones son forjados de aleación de aluminio. La lubricación es por cárter seco, con un radiador independiente para el aceite del motor, y la relación de compresión ha aumentado de 12,5:1 a 12,7:1 con respecto al anterior R8 V10.

Además, este V10 combina dos sistemas de inyección, directa (FSI) e indirecta (MPI). A baja carga se emplea esta última, a media carga se combinan ambas y en carga alta, casi todo el trabajo (85 por ciento) corre a cargo de la inyección directa. Todo ese derroche de tecnología se traduce en un impresionante empuje constante, excitante, intenso y sin titubeos, típico de un buen motor atmosférico de alta cilindrada. Pero lo mejor de todo es cómo se puede dosificar todo ese aluvión de sensaciones para disfrutar de una experiencia única.

Más tecnología.- Para conseguirlo, entre otras muchas cosas, Audi ha puesto a punto un nuevo sistema de tracción total quattro capaz de variar el reparto de par entre ejes de 100 a 0 y de 0 a 100, partiendo de un reparto 42:58. Para enviar par al tren delantero, se sustituye el sistema viscoso del anterior R8 por un embrague multidisco accionado electrohidráulicamente. La gestión de ese embrague es electrónica y está integrada en el Audi Drive Select. También hay un diferencial autoblocante trasero —con un efecto autoblocante de un 25 por ciento en tracción y un 45 en retención—, mientras que el cambio S tronic de 7 velocidades con levas en el volante ejecuta el paso de una marcha a otra mediante impulsos electrónicos (shift-by-wire). Un cambio, por cierto, que funciona tan bien que lo mejor es dejarle hacer porque creo que ni un piloto profesional sería capaz de mejorarlo. Eso sí, puedes jugar con las levas cuando quieras jugar para escuchar los petardeos al reducir o los empujoncitos al subir de marcha. Por cierto, en modo manual no sube de marcha cuando se llega al corte.

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También ha habido algo de dieta contra el peso, que se traduce en una rebaja de unos 70 kilos con respecto al modelo precedente. Por una parte, la carrocería está completamente hecha de aluminio, por otra, el chasis Audi Space Frame pesa 10 kilos menos que antes, gracias a la combinación de aluminio y plástico reforzado con fibra de carbono (CFRP), además de tener mayor rigidez torsional (un 40 por ciento). Los frenos carbocerámicos, de serie en este R8 V10 Plus, son 15,2 kilos más ligeros que los de acero y tienen delante pinzas fijas de seis pistones y de cuatro detrás. También la aerodinámica ha sido tenida muy en cuenta: el alerón y difusor trasero son capaces de generar hasta 100 kilos de apoyo aerodinámico, mientras que en el eje delantero se alcanzan los 40 kilos.

Al alcance de… ¿cualquiera?.- Como es natural, el nivel de prestaciones es tal, que solo en circuito puedes sacarle partido y no del todo. Por carretera o ciudad —salvo por las miradas de envidia y/o admiración que atrae— no le sacarás al R8 V10 Plus ni la décima parte de lo que puede dar. Sin embargo, teniendo en cuenta que es un superdeportivo de altos vuelos y que no puedes esperar el confort de una berlina, este R8 llega a ser casi cómodo en uso diario. O, al menos, me parece más cómodo que un Porsche 911 Turbo o un Nissan GT-R. Hasta tiene guiños ecológicos, ya que el V10 atmosférico puede desconectar alternamente una u otra bancada y tiene sistemas de navegación a vela y stop&start para reducir el consumo.

Por suerte, he podido probar el R8 V10 Plus en dos circuitos, Montmeló y Jarama —dos veces nada menos aquí en Madrid—, de manera que puedo asegurar que es un coche excepcional, increíble, alucinante, óptimo y todos los adjetivos que se te ocurran, corregidos y aumentados. No solo por cómo va, sino sobre todo porque permite a un tipo de conductor menos experimentado sacarle partido o, al menos, tener la sensación de que es capaz de hacerlo. Repito e insisto, única y exclusivamente en circuito.

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Eso es lo mejor que ofrece este Audi R8 V10 Plus, que es capaz de hacerte pensar que eres un gran piloto. Es una sensación muy similar a la que transmiten un Nissan GT-R o un Porsche 911 Turbo, que son desde mi punto de vista los tres superdeportivos más “accesibles” —sin hablar de dinero…— para un conductor normal. Normal y que sea capaz de gestionar de manera razonada y razonable las prestaciones que pueden ofrecer coches de este perfil.

Porque este R8 V10 Plus siempre te da la sensación de que va por donde tú quieres, que acelera como un poseso en el momento más adecuado, que tracciona de delante o de atrás cuando lo necesitas o se lo ordenas. Tú te lo crees, pero lo cierto que casi todo lo hace el coche, sobre todo gracias a cómo funciona el nuevo sistema quattro: la gestión del reparto de par me parece superlativa, con una transición ente subviraje y sobreviraje muy progresiva y, por tanto, increíblemente sencilla de controlar.

Da igual que vayas en cualquiera de los modos del Audi Drive Select (Comfort, Auto, Dynamic, Individual), aunque lo bueno llega de verdad cuando pulsas el botón del modo Performance. Aquí, el control de estabilidad se pone en Sport y te deja hacer unas derrapadas controladas hasta que la electrónica actúa para reconducir la situación. En ese instante puedes escuchar los “clac-clac” de las pinzas frenando la rueda necesaria para recolocar el coche. Todo va como la seda, todo bajo control hasta el punto de que no se puede resistir a la tentación de desconectar todo, para descubrir que el R8 V10 Plus sigue mostrando ese carácter dócil, progresivo, controlable. Todo es tan fluido que te acabas preguntando si de verdad está pasando lo que está pasando: “¿de verdad sabía yo hacer esto?”. Eso sí, recuerda que cada neumático trasero vale más de 300 euros —con un juego completo casi te compras un cochecillo de segunda mano— y que llegado a un cierto punto de desgaste, el deslizamiento puede ser… digamos “entretenido”.

Y, si te centras en pelear contra el crono —para eso está el «laptimer» del virtual cockpit— en lugar de perder tiempo mirando al frente por la ventanilla, el R8 V10 Plus te obsequia con una dirección muy precisa, con una suspensión firme pero no rígida y con un comportamiento muy equilibrado. Los cambios de apoyo se suceden sin balanceo, el aplomo en curva rápida es superlativo, todo parece y es inquebrantable. Un placer de dioses porque no todos los coches que rondan los 600 CV son tan sencillos de conducir a un ritmo tan endiabladamente rápido. El R8 V10 Plus es un coche excepcional y completísimo por cómo va, por cómo suena, por cómo corre, por cómo se sujeta, por cómo frena y por lo sencillo que es sacarle partido (en circuito, claro).

Versiones del modelo: 'R8'

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