Un heroico Alonso roza la gloria.

26 noviembre, 2012

Pepe Valenciano

Fernando Alonso, El Indomable, no falló como en toda la temporada. Hizo su trabajo para cumplir la primera pare de la ecuación para ganar un Mundial casi imposible: ser segundo. Pero falló la segunda parte de la ecuación, que Vettel quedase más atrás, y por encima de eso, falló que de nuevo la SUERTE volvió a estar del lado del alemán. El piloto español nos deleitó con otra espectacular salida, 20 de 20 este año. De un zarpazo pasó del 7º puesto al 4º. Nadie sale como él. En toda la historia sólo Ayrton Senna es comparable a Alonso en el difícil arte de la salida. Y en carrera es casi intocable. De estar más adelante en parrilla hubiese ganado este Mundial de calle hace ya muchas carreras. Pero esta es otra historia y debe ser motivo de análisis en Ferrari para darle al asturiano un coche rápido a una vuelta para poder clasificar al menos entre los tres primeros. Tienen cuatro meses por delante para lograrlo. Como dijo Montezemolo hace ya tiempo, “el único problema que no tenemos es el piloto”. Más claro, agua.

Fernando Alonso rozó el milagro, la gesta. Por momentos fue Tricampeón del Mundo, lo pudo saborear durante unas vueltas. Otra vez como en Abu Dhabi 2010. Hizo todo lo que humanamente se puede hacer. Hizo todo lo que profesionalmente se le puede exigir. No fue suficiente porque la suerte le dio la espalda otra vez, en un circuito que le vio ganar dos campeonatos pero, si bien le ha visto muchas veces en el podio, nunca le ha obsequiado con la victoria, precisamente lo que necesitaba Alonso. Porque de haber ganado, a Vettel le habría pasado lo mismo que a Alonso en Abu Dhabi. El español no podía coger a Button, que volvió a nadar entre aguas turbulentas. Eran muchos los segundos. Sólo una rotura o un coche de seguridad que provocase el reagrupamiento, eran las bazas de Alonso. Pero lo primero no se cumplió, y lo segundo sí, pero en la última vuelta, insuficiente para El Indomable.

No cabe duda de que hemos presenciado no ya una carrera épica, sino un Mundial épico, histórico, probablemente irrepetible. Y ello porque nunca una victoria en un mundial va a ser tan apreciada que esta: la razón es que al valor de una temporada casi perfecta (sólo ha cometido Vettel tres errores propios) de pilotaje del ganador, hay que unir el valor añadido de una temporada perfecta del subcampeón, lo que ensalza aún más la victoria de Vettel. Sólo así se comprende la reacción de brutal alegría en el box de Red Bull, mayor a sus dos títulos anteriores. Bien saben que han tenido enfrente al rival más duro y difícil que se recuerda: la lucha titánica de Alonso, su fe inquebrantable en la victoria, su arrolladora personalidad de buscar los límites hasta lo imposible, sus milagros constantes en todas las carreras (es el único piloto de toda la parrilla que ha ganado posiciones en todas las primeras vueltas de todas las carreras, y el último en Brasil, saliendo 7º para acabar 2º). El propio Alonso ha calificado su temporada como la mejor de su carrera, aún no ganando el Mundial. Así ha dicho al terminar la carrera que “Esta es la primera vez que pilotos, expilotos, equipos y aficionados están de acuerdo en decir que hemos hecho el mejor campeonato, volveremos tan fuertes en 2013, porque será difícil serlo más, tengo una gran sensación después de 2012, con mucho, la mejor temporada de mi vida”. Esto engrandece aún más la victoria final de Vettel, aunque también la tapa porque él sólo no está en boca de todos, sino que comparte ríos de tinta con Fernando Alonso. Tiene que escocer sentirse campeón pero no el mejor piloto a ojos de toda la parrilla.

El alemán ha cimentado su triunfo final en una máquina perfecta, aunque naciese algo coja desde el inicio merced al cambio de reglamento que prohibía los gases soplados hacia el difusor influyendo en la aerodinámica del monoplaza. En Red Bull tardaron en entender el nuevo reglamento, pero mientras ellos hacían sus deberes de cara a la segunda parte del Campeonato (donde cimentaron su victoria final con sendos plenos en Singapur, Corea, Japón, e India, sus rivales no avanzaban: McLaren cometía constantes errores de estrategia y presentaba problemas de fiabilidad, y sólo al principio y al final del año han presentado mejoras. Ferrari por su parte ha dado a Alonso una castaña de coche. Una vergüenza de monoplaza para lo que se esperaba de Maranello. Sólo en cuatro carreras (Montmeló, Silverstone, Hockenheim y Monza) pudo salir entre los cuatro primeros. El resto de carreras, 16, tuvo que ver los toros desde la barrera y remontar una y otra vez. Demasiado para ganar un Mundial. La evolución inicial presentada en Barcelona y Valencia después, les dio un salto importante (estaban a 1,5 segundos de la pole en Australia), pero a partir de ahí en Maranello se estancaron. Nadad de lo que han ido poniendo ha funcionado. Ni alerón trasero, ni alerón delantero, ni suelos nuevos, ni nuevas orientaciones de escapes. Nada.

En definitiva, Sebastian Vettel es merecedor del triunfo final aunque sus méritos personales sean inferiores a los de su rival. Pero su victoria no puede estar empañada por eso, no sería justo. Bien es cierto que tuvo la suerte de cara en su remontada de Abu Dhabi y su cabalgada en Brasil desde la primera vuelta en la que se vio último. Cierto es también que en el desierto dos coches de seguridad le llevaron en volandas, que sus toquecitos no rompieron su coche, y que en Brasil el choque con Senna rompió su coche pero no tanto como para impedir terminar la carrera en sexto lugar, lo justo para ganar el Mundial. Y todo eso no lo hace un piloto vulgar sino un pilotazo como es él. Hay que reponerse ante la adversidad y Vettel lo ha hecho, no le han temblado ni las manos ni el pie del acelerador. Ha conducido de cine en los momentos más críticos para él y justo es reconocérselo. La pregunta del millón que nos hacemos es: ¿Y si invirtiéramos los papeles, Alonso con un coche como Red Bull y Vettel con el F2012?. Seguro que Alonso habría ganado el Mundial hace muchas carreras, y seguro que Vettel no habría hecho 13 podios, pero es una hipótesis imposible de comprobar así que dejémoslo ahí.